Hay hitos en la vida que trastornan la percepción que de ahí en más tendrás de la misma. Estos acontecimientos decisivos, que vivirán como tatuajes en la existencia de uno, suelen ocurrir durante la niñez, cuando aun somos un barro muy maleable. Puedo recordar el ver aluciando en el cine “The Return of the Jedi” con 5 años, o asistir con 7 años al decisivo partido entre Bolívar y Petrolero de Cochabamba en un atestado y lluvioso Hernando Siles, eventos que marcaron para siempre mi relación con el cine y con el fútbol. También en esa época de descubrimientos y vivencias indelebles evoco un día cualquiera a los 6 años en el que mi padre regresaba de viaje y después de desempacar se dirigió al tocadiscos y puso un vinilo que sería el hito de toda mi historia musical desde entonces. El disco era “Piece of Mind” de Iron Maiden y el tema “Where Eagles Dare”, maravilloso himno de la banda con la que se abre ese memorable álbum. Mi viejo había estado en Nueva York y, con un amigo pasaban por el Radio City Music Hall y vieron que tocaba en vivo la banda Iron Maiden que sabían había hecho sensación en el último Rock en Rio. Ingresaron por curiosidad y presenciaron el fabuloso concierto, mi viejo compró el disco e imperceptiblemente estaba modificando los derroteros de mi vida.
Estamos hablando de hace 25 años atrás, y hoy me encuentro con que Iron Maiden, la banda más importante de mi vida y con la que más tiempo he “perdido” escuchando, ha sacado su 15º álbum de estudio “The Final Frontier”. 25 años es mucho tiempo, es lo que duran las bodas de plata con la vida, y lo cierto es que las circunstancias de uno en ese lapso de tiempo cambian y mucho. Escuchar un nuevo disco de Maiden no me provoca la misma emoción que hace cuarto de siglo, o que hace 15 años, pero a su vez es un evento que me convoca, que me exige otorgarle atención y por qué no decirlo, me acarrea cierta excitación.
La era de gloria e inspiración absoluta de Maiden fue entre 1980 y 1988 cuando en tan solo en 9 años produjeron 7 discos que contienen lo mejor de su obra, con sus tres trabajos magistrales que, a mi parecer, son “Piece of Mind” (mi experiencia maidenera primigenia), “Somewhere in Time” (el mejor disco que he escuchado en mi vida) y “Seventh Son of a Seventh Son”. Pasada esa era dorada son muchos los altibajos y etapas las de la banda británica: la ida del guitarrista Adrian Smith y la consiguiente grabación de peor disco de la Doncella de Hierro “No Prayer for the Dying”, luego Blaze Bayley reemplazaría a Dickinson con dos discos llenos de canciones muy rescatables, después regresarán Bruce Dickinson y Smith a su casa para lo que Maiden nos otorgó una joya de madurez que es “A Brave New World”, luego vinieron tres grabaciones incluyendo el “The Final Frontier” que si bien no gozan de momentos deslumbrantes tienen momentos elogiables que hoy todavía causan ese emoción que sólo provoca el aura y sonido Maiden.
Muchos años han pasado, pero creo que no tantos para Maiden, que sigue siendo la misma banda, identificable desde sus inicios y con música de muy alta calidad pese a los 3 cambios de cantantes y otros cambios de integrantes, a los diferentes sonidos que han experimentado o al devenir de la industria musical durante tres décadas. Mientras tantas bandas han sucumbido en sus propias trampas de egos, en su sequía musical y creativa, en sus tentaciones innovadoras o en sus traiciones idiosincráticas, Maiden no. La banda hincha del West Ham United ha cambiado muy poco desde sus inicios y jamás ha dejado de reconocerse como Iron Maiden, y creo que en su caso es algo muy bueno, no por tozudez, falta de horizontes musicales o fundamentalismo recalcitrante sino por hacer de esa esencia/sonido/presencia/estética inconfundible un logro a prueba del tiempo.
No sé cual será la frontera final de Maiden y de su insigne bajista Steve Harris, ya que su vocación de hacer música con su banda parece inagotable, así como esa fiebre de estar en la carretera tocando en directo noche tras noche. Quizás la frontera ya la cruzaron hace muchos años, pero no lo parece; si bien no gran inspiración, hoy todavía se siente en Maiden vivacidad y pasión por tocar y crear más heavy metal. Sus fans oscilan entre metaleros ajados de 50 años con ajustados y negros jeans levis, blancas cañas reebok y chamarra o chupa de cuero negra con largas melenas y entradas considerables blanden su cabellera cantando “Manowar, Manowar, living on the road” en el mitiquísimo Excalibur vallecano, así como quincerañeros presentes en sus conciertos con frondoso acné, adictos al internet y al ipod y que no saben de la existencia de un soporte musical conocido como acetato o vinilo -intuyo que me encuentro en el ecuador de esos dos tipos de fans-, todos nosotros admiradores de Eddie y de la banda que representa esa legendario monstruo.
Hace algunos años atrás, en las Ventas en Madrid, con 25 años me tocaba ver por primera vez a Iron Maiden con Bruce Dickinson como frontman, la fortuna permitió que entonaran uno de mis himnos favoritos, la inconmensurable y encantadora “Revelations”; escuchar en vivo esa canción era uno de los sueños que tenía desde pequeño, creo que en ese momento parecía cerrarse con perfección el círculo y el idilio que he vivido con Maiden, pero con ellos cerrar círculos, delimitar fronteras o dictar finales es una tarea casi imposible, lo que hace la aventura más fascinante aún, ya que Iron Maiden siempre será un fiel compañero de viaje, un hito existencial, al que uno siempre puede recurrir descubriendo o evocando temas y temas de su cuantiosa, inacabable y única leyenda.