Kiss me deadly (El beso mortal), es un
noir de Robert Aldrich que aparece en 1955, cuando ya se atisbaban los epílogos
de este fabuloso género fílmico. La película irrumpe brutalmente con una joven
y linda rubia sólo cubierta por su gabardina, que completamente atribulada trata
de parar algún auto en medio de una carretera en busca de auxilio; ella casi se
lanza sobre un coche deportivo el cual derrapa y casi se estrella, pero cuyo
conductor finalmente decide darle el aventón. Así arranca este clásico que
tiene como protagonista a Mike Hammer, un cínico investigador privado,
especialista en casos de divorcio, galán y chantajista, que cuenta con Velda su
polifuncional secretaria, side-kick y amante, con quien hilvana todos sus
casos.
El hecho detonador de la película es el
aventón a la misteriosa rubia llamada Christina, en homenaje a la poetisa
Christina Rosetti (hermana de Dante Gabriel Rosetti), quien es misteriosamente torturada
y asesinada por una panda de anónimos pistoleros haciendo pasar el crimen como
si fuera un accidente de coches, mientras transitaban la carretera junto a Mike
en busca de una estación de buses.
Mike, muy pertinaz él, después de sanarse
después del accidente automovilístico que acarreó la muerte de Christina,
impetuoso se larga a la carga con el fin de aclarar el misterio que envuelve a
la misteriosa rubia. En su camino comprobaremos que Hammer es tipo de estirpe
marlowesca, con mayores tintes de gigoló, en una trama escrita por A.I.
Bezzerides que rezuma el confuso y magnético estilo chandleriano plagado de
personajes y de giros de trama, con todos los motivos que le puedes pedir a un
noir de casta: femmes fatales, matones con cachiporra en mano, personajes
chantajeados y amedrentados, secuestros, asesinatos, sombras, muchas sombras,
luces, pocas luces, y así tantos recovecos que hacen del cine negro algo tan
seductor.
La pesquisa es sumamente borrosa,
confusa, y toda la trama gira en torno a un McGuffin formidable. Como en muchas
excelentes historias el viaje es más importante que la conclusión, pero en este
caso ambos son igualmente fascinantes, ambiguos y desconcertantes. Todo esto
ornamentado por la maravillosa fotografía de Ernst Laszlo plagada de planos
picados y cenitales que le dan un vértigo especial a la narrativa, además de
acompañamiento de música clásica de Chopin, Schubert y Brahms que le otorga un
guiño bastante solemne y distintivo a todo el entorno noir.