El pasado 26 de septiembre, se presentó en el teatro 6 de agosto de La Paz, la legendaria banda de death metal sueco Hypocrisy. La espera de la mentada agrupación se remonta a muchos años e incluso décadas. Sí, durante muchos lustros temas como “Pleasures of molestation” fueron y son himnos en el underground paceño. Al recordar las viejas andanzas en la Roquerón, Tejada Sorzano e/i/o/u Hotel Milton, siempre viene a la cabeza la despiadada canción.
En las preliminares, nos tocó atestiguar (cabría otro artículo sólo respecto a ese punto, enfocándolo como un tema clínico) la peor organización de la historia de un concierto de rock desde las épocas de Jabba the Hut hasta hoy. No hay palabras para describir la maraña de estupideces que llevaron a las huestes de nobles metaleros a ser gasificados por las fuerzas de Cobra, sin haber hecho ningún mérito para merecer semejante castigo. Gracias a Dios los metaleros son gente de paz y de bien, no como los fans del pop o de la trova que, a mi juicio, no hubieran soportado ese suceso sin, mínimo, heridos. Sólo créame lo siguiente: un niño de ocho años con una vivacidad mediana hubiera organizado los mecanismos de ingreso al concierto de mejor manera. La inteligencia humana es sorprendente, sin embargo, a veces, la estupidez se encarga de sorprender aún más. A pesar de eso, fue grato y sospechosamente onírico ver a toda la vieja (vieja) escuela de metal paceño, firme como un queso, esperando a sus viejos ídolos; cuerpos maltrechos emanados de la tumba salieron a la luz para ver a los titanes suecos. Un aire de viaje en el tiempo se apoderó de la gasificada 6 de agosto.
Vivos, aunque lagrimeando un tantín, los presentes nos dispusimos en el solemne teatro y empezaron los azotes. Los gigantescos vikingos (parecían un grupo de nazguls rockeando en la comarca) hacían ver pequeño el escenario. Sus notas torturadas cubrían todo el ambiente, hipnotizando y castigando a los estupefactos oídos de la audiencia andina. Aparte de unos pocos temas del nuevo y promocionado álbum “A taste of extreme divinity” y un jugoso cover de Slayer (“Piece by piece”), los cuatro jinetes nos regalaron versiones realmente abductoras de “Fire in the sky” o “Let the knife do the talking”. Sin embargo, para deleite de la audiencia, no se cortaron con los clásicos noventeros que venimos esperando desde la pubertad: “Apocalypse” fue probablemente el clímax del concierto. “The fourth dimension”, “Killing art”, “Coming Race” y “The Final Chapter” (clásico con el que regresaron en su primer bis) llenaron las expectativas de la voraz audiencia y la hipnotizaron: “Scream for me La Paz, now I will scream for you” fueron las palabras de Peter Tägtgren antes de espantarnos con un alarido de esos que sólo él puede dar, poseso por una serpiente mítica, estremeciendo las paredes del recinto. “Pleasures”, contrariamente a lo que se pensaría, no fue de lo más impactante y se nota que, en vivo como en estudio, la propuesta de Tägtgren desde el “Fourth dimension” hasta el “Final Chapter” es la más fina para escuchar y contiene los más grandes clásicos de la banda y del género.
El grupo se dio íntegro, cerrando la apocalíptica ceremonia con “Roswell 47”, en una versión sumamente brutal pero limpia, más limpia aún que en el disco: un verdadero deleite para un viejo corazón metalero. Todo terminó y, como siempre, ante el epílogo de un BUEN concierto, nos fuimos con los cuellos macurcados, a dormir a casa, a dormir como bebés.
Siempre quedará el recuerdo y la admiración a estos titanes del rock pesadísimo, a estos profetas del satanismo alienígena (¿alienismo satanígena?), que vinieron con una avalancha de bulla y buena música sin importar los 3600 metros sobre el nivel del mar, a comprobar que su música cala hondo hasta en el extremo occidente, donde se los recibirá aún mejor la próxima vez.