miércoles, julio 21, 2010

Zumbido: perspectivas

1. Desde la aparición y la conquista del cine sonoro como condición indispensable de un viaje narrativo y estético decente, se debería extender este imperativo a todo el espectro creativo que implique continuidad. Zumbido parece afirmar esta tendencia como una premisa tanto en su ética como en su estética. La importancia del ambiente sonoro le da una densidad muy singular y contribuye, casi tanto como en el cine, a crear una atmósfera específica.

2. Zumbido se posiciona, como ya dejaba entrever Carreras delictivas, en una tensión fundamental; aquella que yace entre la descripción cuasi etnográfica de la realidad (vista desde el exterior) y el delirio afiebrado de una interioridad desbordante. Es que, lo olvidamos muy fácilmente debido a un error en la traducción, en la palabra surrealismo está, y muy presente, la palabra realismo. Superrealismo sería la acepción correcta del término: una forma de realismo tan enriquecida, lúcida y aguda que sea capaz de parecerse a todo lo contrario. La minuciosa atención al detalle, la tabula rasa axiológica y la ausencia marcada de todo postulado metafísico están lejos de hacer de Zumbido una novela realista en el sentido tradicional del término ya que nada de esto está concebido dentro de lo que conocemos como objetividad (ajena a uno mismo y su percepción), sino, más bien, todo está impregnado de una subjetividad embriagadora. En ese sentido la presente novela reabre el debate sobre lo que es realismo. ¿No es más “realista” una concepción del mundo en la que la intermediación del sujeto impide el acceso a cualquier objetividad que aquella en la que las cosas se dan límpidamente desde un pulcro e incuestionable exterior? ¿Acaso existe un mundo fuera de lo que percibimos e interpretamos de él? Si existe, en todo caso, es inaccesible à tout jamais. Es por eso que, a mi parecer, la posición realista, si confunde realidad con objetividad, es la más alejada de la experiencia real (que es lo que pretende representar).

3. Así como la travesía de este narrador es absurda, así como su comienzo y su fin parecen arbitrarios dentro de una continuidad amorfa de sucesos, así también se puede reconocer un viaje dantesco, una forma escatológica y llena de símbolos que se suceden y concatenan, una estructura, una iniciación heroica. El tono existencialista se entremezcla con una sutil búsqueda de trascendencia que, como en un viaje de salvia divinorum, puede (extra)limitarse a confundir al héroe (y, por ende, al lector) con las ondas concéntricas de agua en una piscina medio turbia, el sabor de una fruta o el zumbido lejano de una fábrica.


4. Como tercer camino entre la noción objetiva de realidad y el idealismo renacentista o neoclásico, la historia de las artes siempre tuvo un tesoro de imágenes que no caben para nada en ninguna de estas dos escuelas: la pesadilla. Como bien notaba Borges, las pesadillas poco tienen que ver con tragedias tangibles, dolores físicos y eventos ominosos que ocurren en la vida diurna (tortura, muerte, guerras, accidentes, hambre, etc.) sino, más bien, maneja símbolos, símbolos desconcertantes que hipertrofian y reflejan como espejos (imago), el miedo primordial de la humanidad, el miedo de todos y de cada uno. Una mujer de ojos negros que se inserta un huevo de pájaro en la vagina, la yema amarillenta recorriendo sus muslos, su sonrisa: he ahí la pesadilla, su terror y su (innegable) belleza. ¿La vida cotidiana se parece más a las pesadillas o a los sueños?

5. Nuevamente JSC nos sumerge en una estética de la incomodidad, de la imperfección universal, de la mediocridad operativa de la realidad, las fisuras de la misma. En eso, también, radica su savia kafkiana.

6. La pelea a muerte contra el perro y Francis Bacon. Esa escena, crucial en el desarrollo, está marcada por el exceso: de ira, de oscuridad (se da en un hueco que parece una silueta humana), de animalidad. El órgano de odio que brota de los dos contrincantes, misteriosamente, los une y, por ende, los transforma en un espectro baconiano donde el movimiento se confunde con el estatismo de la imagen simbólica, completando así y de manera muy original, el arquetipo de la monstruosidad (en medio de la noche oscura), donde, contrariamente a la imagen de San Jorge que aniquila al dragón, tenemos al hombre deviniendo en uno con la bestia. Y es, sin embargo, una anécdota, un hecho de la vida cotidiana, algo que se puede contar cuando respondes a una pregunta como: ¿Cómo te fue hoy?


7. No hay final abierto si el principio y el medio también lo son.

8. La construcción concienzuda de atmósfera y la monotonía (el título lo sugiere) me hicieron pensar en el cine de Cronenberg: por más que, en apariencia, se trate de una ciudad habitada por millones, un país, una cultura, estamos dentro del universo del narrador: un mundo nocturno plagado de sonidos acosadores, una mirada sorprendida y absorta de niño combinada con el spleen adulto de nuestros tiempos. Ese universo, al margen de la ciudad, cultura, etc., tiene leyes temporales, colores, ruidos, y personajes propios y bien delimitados… no hay nada más, nadie más afuera de este hermético planeta que, en algo, se parece a la tierra.

9. Como decía Joao Guimaraes: La mayoría de las veces, basta con contar un día de la vida de una persona para resumir toda esa vida… una noche, unas horas, agregaría yo después de leer Zumbido.

10. Zumbido: aquel sonido lejano y constante que se impone al punto de desaparecer, delimita el mundo; marcando el principio arbitrario y sin sentido de la historia (universal y de la novela), nos invita a un viaje a no sé que profundidades medulares del hombre, lodazales primordiales del símbolo. Un sólo zumbido de principio a fin.

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