viernes, octubre 22, 2010

Hypocrisy en La Paz: de gases, abducciones y riffs epilépticos



El pasado 26 de septiembre, se presentó en el teatro 6 de agosto de La Paz, la legendaria banda de death metal sueco Hypocrisy. La espera de la mentada agrupación se remonta a muchos años e incluso décadas. Sí, durante muchos lustros temas como “Pleasures of molestation” fueron y son himnos en el underground paceño. Al recordar las viejas andanzas en la Roquerón, Tejada Sorzano e/i/o/u Hotel Milton, siempre viene a la cabeza la despiadada canción.

En las preliminares, nos tocó atestiguar (cabría otro artículo sólo respecto a ese punto, enfocándolo como un tema clínico) la peor organización de la historia de un concierto de rock desde las épocas de Jabba the Hut hasta hoy. No hay palabras para describir la maraña de estupideces que llevaron a las huestes de nobles metaleros a ser gasificados por las fuerzas de Cobra, sin haber hecho ningún mérito para merecer semejante castigo. Gracias a Dios los metaleros son gente de paz y de bien, no como los fans del pop o de la trova que, a mi juicio, no hubieran soportado ese suceso sin, mínimo, heridos. Sólo créame lo siguiente: un niño de ocho años con una vivacidad mediana hubiera organizado los mecanismos de ingreso al concierto de mejor manera. La inteligencia humana es sorprendente, sin embargo, a veces, la estupidez se encarga de sorprender aún más. A pesar de eso, fue grato y sospechosamente onírico ver a toda la vieja (vieja) escuela de metal paceño, firme como un queso, esperando a sus viejos ídolos; cuerpos maltrechos emanados de la tumba salieron a la luz para ver a los titanes suecos. Un aire de viaje en el tiempo se apoderó de la gasificada 6 de agosto.

Vivos, aunque lagrimeando un tantín, los presentes nos dispusimos en el solemne teatro y empezaron los azotes. Los gigantescos vikingos (parecían un grupo de nazguls rockeando en la comarca) hacían ver pequeño el escenario. Sus notas torturadas cubrían todo el ambiente, hipnotizando y castigando a los estupefactos oídos de la audiencia andina. Aparte de unos pocos temas del nuevo y promocionado álbum “A taste of extreme divinity” y un jugoso cover de Slayer (“Piece by piece”), los cuatro jinetes nos regalaron versiones realmente abductoras de “Fire in the sky” o “Let the knife do the talking”. Sin embargo, para deleite de la audiencia, no se cortaron con los clásicos noventeros que venimos esperando desde la pubertad: “Apocalypse” fue probablemente el clímax del concierto. “The fourth dimension”, “Killing art”, “Coming Race” y “The Final Chapter” (clásico con el que regresaron en su primer bis) llenaron las expectativas de la voraz audiencia y la hipnotizaron: “Scream for me La Paz, now I will scream for you” fueron las palabras de Peter Tägtgren antes de espantarnos con un alarido de esos que sólo él puede dar, poseso por una serpiente mítica, estremeciendo las paredes del recinto. “Pleasures”, contrariamente a lo que se pensaría, no fue de lo más impactante y se nota que, en vivo como en estudio, la propuesta de Tägtgren desde el “Fourth dimension” hasta el “Final Chapter” es la más fina para escuchar y contiene los más grandes clásicos de la banda y del género.

El grupo se dio íntegro, cerrando la apocalíptica ceremonia con “Roswell 47”, en una versión sumamente brutal pero limpia, más limpia aún que en el disco: un verdadero deleite para un viejo corazón metalero. Todo terminó y, como siempre, ante el epílogo de un BUEN concierto, nos fuimos con los cuellos macurcados, a dormir a casa, a dormir como bebés.

Siempre quedará el recuerdo y la admiración a estos titanes del rock pesadísimo, a estos profetas del satanismo alienígena (¿alienismo satanígena?), que vinieron con una avalancha de bulla y buena música sin importar los 3600 metros sobre el nivel del mar, a comprobar que su música cala hondo hasta en el extremo occidente, donde se los recibirá aún mejor la próxima vez.



martes, octubre 12, 2010

El monstruo del Choqueyapu: impresiones

“Fukú americanus, mejor conocido como fukú –en términos generales, una maldición o condena de algún tipo: en particular, la Maldición y Condena del Nuevo Mundo. (…) Cualquiera que sea su nombre o procedencia, se cree que fue la llegada de los europeos a La Española lo que desencadeno el fukú, y desde ese momento todo se ha vuelto una tremenda cagada. Puede que Santo Domingo sea el Kilometro Cero del fukú, su puerto de entrada, pero todos nosotros somos sus hijos, nos demos cuenta o no”

Junot Diaz, La maravillosa vida breve de Óscar Wao



1. El monstruo/la ciudad.

“La Paz, 1980…Metrópolis erguida sobre un vertiginoso valle interandino surcado por un río que antaño era un río de oro y le daba su nombre críptico a la población que allí habitaba…un río que carga sobre sus sórdidas aguas todas las frustraciones, penas e inmundicias de una urbe pervertida…un misterioso río llamado Choqueyapu”. Así comienza la novela gráfica El monstruo del Choqueyapu de Diego Loayza, Mario Piñeyro y Cristian Vidangos. El héroe del relato tiene un entorno específico y esencial: la misteriosa ciudad de La Paz.

El monstruo es hijo de esta ciudad. Su existencia sólo es posible en estas tierras. La Paz, la capital aymara del mundo, la compleja síntesis de diversos lentes escrutando y construyendo la realidad, es el único ente que le daría vida a este personaje. Por eso el monstruo tiene un amigo alcohólico (como todos nosotros), por eso se defiende de los policías con el poder eléctrico de Blanka de Street Fighter, por eso no puede alejarse de la política, por eso conoce los infiernos más profundos y las alegrías más benéficas.

La historia es también hija de esta ciudad. Las aventuras que despliega el relato sólo pueden ser fruto de estas hermosas y grotescas tierras. De ahí surgen las propiedades represo/detectivescas de los policías que buscan al monstruo, de ahí surgen los delirantes titulares de los periódicos, de ahí surgen las repugnantes características de la conciencia de los políticos. El monstruo del Choqueyapu es, al mismo tiempo, una creación y un prisma de la ciudad. El monstruo es hijo de una historia larga de encuentros y desencuentros, de dolor y de alegría, de muerte y de vida.

Sin embargo, La Paz no agota la historia del monstruo. No la monopoliza solamente para ella. Las aventuras que nos cuenta esta novela gráfica cobran sentido en múltiples realidades. El monstruo del choqueyapu, entonces, (por decirlo de alguna manera), tiene rasgos universales. A fin de cuentas, nuestro héroe sigue luchando contra los mismos fantasmas que enfrentamos todos los humanos desde hace mucho tiempo atrás: la muerte, el amor, la amistad, el destino.

2. El formato/la novela gráfica.

Trabajar dentro de este formato tiene algunas propiedades muy interesantes. A medio camino entre la literatura y el cine, la novela gráfica es un oficio sugestivo que permite, entre muchos otros, desarrollar un proceso esencial: combinar el trabajo creativo de equipo con la modestia en la utilización de los medios. Crear arte colectivamente, muchas veces ha tenido como prerrequisito esencial el desparramar dinero. Pienso en el cine o la arquitectura. En momentos donde cada vez hay menos recursos, donde miles sufren por la forma en que hemos organizado nuestra especie, tiramos cientos de millones de dólares en superproducciones y monumentos que solamente quedarán como registros históricos de nuestra estúpida manera de habitar el mundo. Los grandes hoteles en Dubai o las pop corn movies que Hollywood crea para los adolescentes, son un grosero insulto que la humanidad escupe al cielo y a la tierra. Mejor lo dice Alan Moore, sugestivo guionista de comics como Watchmen o V de Vendetta: “Odio a la industria del cine. Si hago un mal comic, no cuesta cientos de millones de dólares, que es el presupuesto de un país emergente de África. Es dinero que podría haber sido destinado a aliviar algo del inmenso sufrimiento que vive el mundo y sin embargo se destina a darles a adolescentes occidentales aburridos, apáticos, perezosos e indiferentes otra manera de matar 90 minutos de sus interminables vidas sin sentido”.

Sin embargo, el trabajo de comic o de la novela gráfica escapa a estas imposturas. Tres amigos pueden encerrarse en un cuarto y crear sin joder a nadie ni despilfarrar fortunas. No necesitan bloquear una avenida entera, en una ciudad donde una calle expedita es un oasis, no necesitan llenar el entorno de ruido (esa pesadilla urbana con la que lucha todo el tiempo el protagonista de El silenciero de Antonio Di Benedetto), escudados en una triste etiqueta: “artistas”. No necesitan gastar millones de dólares para entregarle al mundo algo que lo haga verse de nuevo. Y eso es lo que ha sucedido en esta creación, tres amigos laburan, solitarios y tranquilos, creando a partir de pintar y cortar papeles, como niños. Revuelven esta realidad, triunfo de Aristóteles, y la recrean desde otra perspectiva. Se mueven dos pasos y miran desde ahí, iluminan nuestra apariencia lógica. ¿Acaso no es ésa la principal propiedad del arte?

3. El camino/el humor.

Esta renovadora mirada sobre nuestra “realidad” se vale de una herramienta esencial: el humor. Este sentimiento permea toda la novela como un hálito de cobijo e iluminación. En El monstruo del Choqueyapu, el humor tiene una capacidad esclarecedora. Permite mostrar cómo somos. Desde el humor se desnudan nuestras ficticias instituciones y roles. Desde el humor, se ponen en cuestión los valores que hemos adquirido y los actores que hemos construido. La policía, los periodistas, los artistas profesionales, los políticos. Sin embargo, el humor en el monstruo no es solamente un proceso epistemológico, es también una fuerza redentora que arranca carcajadas sinceras. “Científicos aíslan el gen cochabambino” leo en un periódico de El monstruo del Choqueyapu y me cago de risa en el minibús, en medio de la trancadera. Me olvido de toda la tensión que implica habitar esta ciudad. Esta novela gráfica logra ese seductor hechizo del arte: provocar risas que te permitan mirar la vida desde otra perspectiva y entibien el duro tránsito por estos caminos. “El suicidio es una enfermedad de la ciudad” dice De Santis. Si le creemos, El monstruo del Choqueyapu es un bálsamo perfecto para re habitar La Paz sin perder la carcajada y el cariño por ella.