miércoles, marzo 05, 2008

Homenaje a Paula Modersohn - Becker


Su apellido de casada era Modersohn, lo que evoca, dentro de mi conocimiento escaso de lenguas de origen germánico a Madre – Hijo, su motivo predilecto era la maternidad, además de que murió muy joven y de manera trágica tras sufrir complicaciones dando a luz a su primer bebé. Su legado es, a mi juicio, menospreciado por la historia de la modernidad pictórica dada la magna revelación que se presentó ante mis ojos cuando conocí su obra: tan sensible, tan profunda y dulce, tan cruda, íntima y vital. Conocer a una artista de ese calibre ha sido un bálsamo para el individuo que se permite estas letras, más aun en estas épocas tan turbulentas para el espíritu, el cuerpo y la sociedad.


Lo que me impactó fue la sensibilidad de la pincelada: tan decidida y contundente como suave y tierna, innegablemente femenina. También me conmovió el manejo altamente expresivo de los colores combinado con un espíritu sobrio, casi pudoroso. Inmediatamente pensé en Van Gogh pero también, y eso es lo sorpresivo, en Gauguin: sí, pensé en estos dos pilares de la modernidad en artes plásticas que sin embargo, a pesar de haber sido muy apegados como individuos, tenían principios pictóricos muchas veces inconciliables.


Van Gogh es el pintor expresivo, expansivo por excelencia: la intensidad, tanto en el ritmo como en la viscosidad de la pincelada, transportan al observador a una suerte de trance cromático y figurativo similar al que puede provocar la pérdida de la consciencia a través de un desmayo o de la ingestión de una sustancia onírica como la Ska Pastora. No en vano Gilbert Durand hacía hincapié en el carácter epileptoide de la pintura vangoghiana para ilustrar las estructuras místicas de la imaginación. Su lección primordial aprendida del impresionismo es, quizás, la importancia de la textura exuberante del óleo en el significado estético y expresivo de la composición. Empero el holandés tenía un imperativo místico en la confección de su obra; él no adhirió al espíritu casi científico de los impresionistas franceses que descubrieron en la descomposición analítica de los colores una veta sumamente innovadora y fértil de figuración. Gauguin, en cambio, si algo asimiló de l´air du temps, fue justamente eso. Aunque de éste último tampoco se puede decir que haya sido un impresionista canónico a lo Pisarro, Monet o Seurat. Gauguin guarda en su pintura una nostalgia romántica por lo ajeno a la modernidad, una mirada sensible, exótica y detallista; plagada de esa indagación experimental en el campo de las relaciones entre color y figura que determinó su época. La superposición liberada y, por ende, arriesgada de tonalidades en las carnaciones y paisajes, genera una impresión (vaya coincidencia) de íntima y onírica luminosidad que evocan el “paraíso perdido” de la cosmovisión del niño y lo acercan al famoso realismo mágico (término que no me agrada mucho) más practicado en América Latina o Europa del este.


Quizás lo que tenían en común Van Gogh y Gauguin era que, de maneras muy diferentes, ambos trascendieron el movimiento impresionista a pesar de haber nacido del mismo. A parte de eso no es tan fácil encontrar puntos de encuentro entre estos dos maestros. Por eso me sorprendió tanto conocer a Paula Modersohn-Becker que además corona el intimismo y misticismo de su composición empapándola de femineidad que, en su esencia más pura, es maternidad. En eso se adelanta a una Frida Kahlo, mostrando a la mujer desde la mujer y en tanto que mujer; dejando la primera el mundo cuando la segunda a penas nacía en el continente de enfrente. Pero además, Modersohn-Becker tiene esa frialdad propia de su tierra (interior como exterior), que más que frialdad es esa sublime contemplación de la melancolía que tienen los pueblos destinados al inverno (casi) perpetuo*. ¡Qué vida marcada! Esa mujer tenía un destino sabido, intuido por las fuerzas uterinas de su alma. Su obra es una búsqueda de dilucidación de ese destino, lo que es también una búsqueda de la esencia que la determinaba desde un más allá que no tardó en hacerse patente. A los veintinueve años, allá por 1907, Paula Modersohn-Becker dejó de estar entre los vivos, como más tarde le tocaría a su hermosa y cultísima Dresden natal.


¿Expresionista? ¿Realista? ¿Sobria? ¿Exuberante? ¿Intimista? ¿Cósmica? El mejor calificativo que subsume la obra de esta maestra es: Femenina. Ya verán como todos los anteriores conceptos se ordenan y son comprendidos por este último. Quizás solamente esa capacidad sintética del espíritu femenino es capaz de llevar a cabo esa gigantesca tarea de reunir la obra de los amigos Vincent y Paul aportando además esa fría dulzura que caracteriza a la madre nórdica, a través de un testimonio antropológico profundo, digno de enviarse al espacio estelar para caracterizar a la especie en caso de un encuentro con otras civilizaciones probablemente no tan mamíferas.

Gracias mamita (nunca mejor dicho), te estamos recordando y admirando desde estos mundos inferiores…


* En Alemania el 2007, el verano cayó en Jueves.

2 comentarios:

Alfredo dijo...

HOLA

DESPUES DE UNA VACACIONES BLOGERAS, VOLVI AL BLOG....JAJA, ASI QUE ESPERO TUS VISITAS Y COMENTARIOS, Y PORSUPUESTO QUE PASARE POR LOS BLOGS Y DEJARE MI PEQUEÑO APORTE

SALUDOS Y ESPERO TUS COMENTARIOS

(Diego Loayza) Oneiros dijo...

Ya estaremos en contacto bloggero, bienvenido de vuelta